A quien no entiendo es a él. Tan pronto está escalando el Everest como cabeceando en su columpio favorito. Con la edad que tiene, ni siquiera vocaliza su nombre. Lo peor es que todo se pega… Su pareja solía hablarme, ella sí que me entendía. Ahora son un dúo de inseparables.
De tanto escucharles le he cogido gustillo a sus reclamos; repito sin cesar sus llamadas, consiguiendo así que mi cuerpo se reduzca al tamaño de un liliputiense. Ya no les asusto. Esta mañana he amanecido agarrado al palo más alto de la jaula. Sus plumas me hacen cosquillas.
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