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Pesan más las piedras que los celos

  • Foto del escritor: Carmen Nevado LLandres
    Carmen Nevado LLandres
  • 8 abr 2021
  • 1 Min. de lectura


Estaba harto de que le tildaran de bestia feroz, también tenía su corazoncito. Esa mala pécora tendría su merecido, él sería suyo y solo suyo. La abuelita había sido un daño colateral, rumiaba mientras ocultaba su pelambrera bajo el camisón.

El siguiente bocado estaba al caer. Caperucita con la falda medio subida entró de puntillas. Traía briznas de hierba por el pelo: era la prueba definitiva.

Con la tripa colmada y su ego henchido, salió al jardín a esperarlo. La capa le quedaba como un guante. Por fin había caído en sus redes, hasta que en un descuido el leñador vio asomar el rabo.


 
 
 

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